miércoles, 7 de septiembre de 2011

Morasol


Hace un par de días me encontré con un amigo al que un cólico le había dado un buen susto aunque ya estaba mejor. Me dijo que tenía que tomar un medicamento que se llamaba Buscapina y entonces me acordé de Morasol.
Morasol era una encantadora yegua que me solían traer a pasar temporadas a Lamialeku (este era el nombre que tenía un negocio de hospedaje de animales y criadero de perros, que me dio de comer durante 25 años).
Además de perros y gatos, tuve junto con Juan Pablo durante unos 4 años un servicio que consistía en tener a nuestro cuidado caballos de monta.
Normalmente la vida de los caballos que nos traían (casi todos eran de salto), era bastante repetitiva y exigente: del box a entrenar y de entrenar al box. La mayor parte de ellos, no había pisado la hierba desde que eran potros y algunos de ellos ni éso.
En el caserío en el que vivía había terrenos que los cerramos con vallados de madera y allí por la mañana sacábamos hasta la tarde a los caballos en libertad para luego recogerlos hasta el día siguiente. A esto en los medios equinos le llaman "Centro de reposo"
Para ellos el estar ese tiempo pastando sin ver una silla ni un salto era un lujo que los tranquilizaba mucho ya que solían venir bastante estresados.
También nos traían algunos con lesiones para darles descanso y tratamiento y en una ocasión vino una yegua a parir.
Morasol, una preciosa Pura Sangre Inglesa vino varias veces, siempre acompañada de Tancrede, un Silla Francés.
El tal Tancrede vino con bastante mala fama, era un caballo grande tosco, bastante chulo y zoquetón. Nos dijeron que tuviésemos cuidado con el: que sí al darle el pienso te mordía, que si pasarle la rasqueta le molestaba, que si al limpiarle los cascos te podía soltar una coz, que si dentro del box te aplastaba contra la pared y algunas lindezas más, en fin una joya.
Yo no tenía ni idea de tratar con caballos y llevaba muy poco tiempo cuando nos trajeron a Morasol y Tancrede.
El que sabía del tema era Juampa y al principio sólo el se ocupaba del francés, a mi, pensar en ocuparme de semejante bruto me hacía sudar hasta por las uñas.
Juan Pablo me fue enseñando como tratar a Tancrede y al poco y al abrigo de mis precauciones me animé a ocuparme del animal. Lo que más respeto me daba era hacerle los cascos. Se trata de limpiarles con una pequeña herramienta que tiene una punta roma, dos ranuras que llevan en la parte inferior de los cascos por si se les ha metido algo dentro. Como es algo que se les hace desde que son potros, se suelen dejar hacer normalmente sin que pongan pegas, me imagino que les producirá cierto placer pero a algunos no les gusta nada y Tancrede era uno de ellos.
Cuando es así hay que tener cuidado porque se pueden mosquear, entonces es mejor limpiarles los cascos, atados y con las patas cruzadas, así si intentan sacudirte, la patada se la comen ellos y otra vez se lo piensan, aunque el tarugo de Tancrede no era mucho de pensar.   
Yo creía que ya me había hecho con el , pero un día me dio el gran susto.
Lo había metido al box (donde aplastaba a la gente), le había dado de comer (cuando te mordía), le había limpiado los cascos (que aprovechaba para cocearte) y le estaba pasando la rasqueta (que le hacía cosquillas)...en ese momento el tremendo grandullón decidió asesinarme. Estaba sin atar, en contra de lo prudente.
Kike, el veterinario/herrador, me había dado un consejo por si algún día tenía problemas dentro del box con algún caballo. Tal me decía, que si por algún motivo se me alteraba un caballo dentro y no conseguía imponerme, lo mejor era agarrarme a la crin y seguirle los movimientos hasta ver la puerta y salir. En mi caso estaba claro lo que debía de hacer, salir por patas, pero no me agarré a ninguna crin y de repente me encontré en la esquina opuesta a la salida, solo en el caserío, la posición ganada por el gabacho y con su enorme culo entre la puerta salvadora y yo, a 4 larguísimos metros de distancia de ella. 
La pregunta era ¿me finiquitaría con la izquierda?, ¿con la derecha?, ¿con las dos?, ¿jugaría después a la cama elástica saltando sobre mi cadáver para luego devorarme así machacadito?
Cuando ya me tenía a huevo y decidía como matarme pasó a un momento de calma, la calma del triunfo pensé, mientras la puerta salvadora cada vez se alejaba más.
El trasero de aquel psicópata era lo último que iba a ver. Lo iba a poner todo perdido de sangre...
Pero no, no pasó nada.
No sé si decidió perdonarme la vida o simplemente no se atrevió, la cosa es que salí sin ningún rasguño de esa, eso sí, después de terminar de hacer mi trabajo porque si no la próxima vez podía ser peor.
Es probable que le viniese a la cabeza las represalias que pudieran producir su acción.
Unos días antes Juan Pablo, un tipo consistente y cumplidor, le había explicado algo de educación en morse.
Acostumbrado a tratar con sementales, ya que trabajaba en una yeguada, no le imponía mucho el franchute y un día cansado de la tontería del pienso se quedó quieto junto al papeo, provocando la reacción que acostumbraba Tancrede de echar la boca cada vez que se le daba de comer. A resultas de tal proceder se comió el zopenco tremendo directo en todo el morro.
A partir de ahí cuando se le daba el pienso lo primero que hacía era apartarse para tu mayor comodidad, se rascaba la nuca, silbaba algo mientras miraba a la pared, sonreía a diestra y siniestra...en fin educación en morse. 
Morasol era, de capa castaña oscura con varios matices, despierta, cariñosa, preciosa y de fiar. Justo lo contrario del cenutrio de Tancrede. Cuando te sentía a la hora del pienso o del paseo relinchaba con suavidad reclamando su turno arrancándote una sonrisa sincera. Nunca hizo ademán de ningún tipo de amenaza aunque tampoco tuvo motivos, dispuesta en todo momento a una caricia dada o recibida... una maravilla.
Al recordarla a ella, pero no su nombre, pensé en llamarla Waris. Me salió éste porque las relacioné espontáneamente a las dos: a Morasol con Waris Dirie de la que tengo echo un retrato.







Una noche a Morasol le dio un cólico. Los cólicos matan a muchos caballos. Por lo que sé se les obstruyen la entrada y salida del estómago y si no se soluciona el problema, la comida que tienen dentro se les fermenta produciendo gases que deben de salir al exterior. Te das cuenta que están sufriendo un cólico porque se ponen a rascar el suelo con las patas, se miran el estómago, sudan y en general se inquietan mucho.
Creo recordar que el medicamento que se les daba era Buscapina.
Yo no la tenía, llamé al veterinario y me dijo que probase a darle un buen trago de licor y la sacase a andar.
Tenía media botella de Cardenal Mendoza que se la sopló sin rechistar y me puse a pasearla.
Al poco vino Juan Pablo y a pesar de que parecía que la cosa iba bien, se quedó a dormir lo que quedaba de noche a la puerta del box de la yegua.
Todo salió bien y al día siguiente Morasol aunque cansada se recuperó sin más problemas. El susto fue grande, pero Morasol salió adelante aunque lo pasó bastante mal. Tanto cuando le metía al cardenal por la boca a jeringazos, como cuando la obligué a andar a pesar de los dolores, pienso que ella confió en mí y se dejó hacer. No sé si fue así pero de madrugada mientras la paseaba es lo que pensé y me emociona recordarlo.
Tengo otro dibujo de unos caballos extraños y hay uno que no por su color que más bien correspondería a un appaloosa, sino por su expresión también me recuerda a Morasol.








Es de los cuatro el que está más cerca, para mí tiene cara de yegua y se me hace simpática. El francés se parecía más al tercero.
Con Tancrede me he pasado un poco (por el cachondeo), pero lo cierto es que se llevaban muy bien, osea que algo vería en él.
La vida en el campo tiene estas cosas que gustan recordar. Igual que me gusta también recordar la expresión que tenían los hijos de los colegas cuando veían /olían /sentían los caballos cerca.
Como abrían los sentidos y disfrutaban la vida en momentos como esos y uno ser el vínculo.
Cómo con las golondrinas.

    

No hay comentarios:

Publicar un comentario